Dios del Vino
156 x 72 x 72 cm
Yeso pintado, prototipo para bronce.
/ES
Hace diez mil años ya existían alfareros. Esta actividad primordial aparentemente era un dominio exclusivo de la mujer, un misterio de carácter sacral, potente, peligroso y tabú. En algunas culturas, a las mujeres — especialmente a las ancianas — se las consideraba hechiceras por naturaleza; se creía que contenían en sus genitales el mismo fuego inherente al leño que, al frotarse contra otro, se convierte en llama. Antes de que hubiera herreros alquimistas, el alfarero ejercía el control del fuego: con el calor de las brasas controlaba el paso de la materia de un estado a otro, endurecía con la transmutatoria intervención de las llamas las formas dadas a la arcilla fresca. Redondas y huecas, hechas de la misma tierra con la que se identificaba a la Gran Diosa en todas partes, las vasijas de barro cocido de los primeros alfareros eran representaciones y atributos de ella, como el utero cósmico que contiene, protege, gesta, nutre, regala y da a luz. Los dedos primordiales modelaban “vasijas-madre” y urnas con el rostro de pájaro y los ojos enarcados y vigilantes de la deidad, cantaros con la forma de pecho femenino, tinaja cubiertas de senos o panzudas, como una mujer encinta, algunas con un círculo en el centro que significa el ombligo del mundo.
Aún hoy, este arte parece mágicamente elemental. ¿Son las manos humanas amasando la tierra, recordando a sí mismas modeladas por la naturaleza? ¿ Es la interacción entre la tierra, el agua, el aire y el fuego? ¿ Es la sensación de que así como el “aliento” ardiente nos da vida física y espiritualmente, hay también algo vivo en la vasija cocida? Las formas y simetrías del cosmos son su inspiración; nos vinculan con fuerzas veneradas de tiempos ancestrales y cagadas de mana divino y con la magia animal y vegetativa. A su vez, las vasijas de cerámica han contenido, ocultado y escanciado todo lo que es vital y sagrado: sangre sacrificial y ofrendas rituales, flores ornamentales, semillas para la siembra, grano de la cosecha, frutas, hiervas y especias, comida y bebida, agua para beber y para las abluciones.
Mircea Eliade. Forgerons et Alchimisses. Flammarion, 1956.
Enrich Neumann, The Great Mother. Princeton, 1972.